Presentación al Decálogo
Este decálogo se recorta (provisoriamente) de la trama de vivencias sonoras que me constituyen. Repaso sonidos de la quebrada de Humahuaca, canciones que se me unieron en un momento dado, recuerdos y sensaciones. Huelga decir que podría ser de otro modo y otro y otro, aquí se manifiestan juntos estos fragmentos dispersos.
Decálogo sonoro
- Me gustaba la puerta de atrás de casa que tenía mosquitero y hacía un sonido como herrumbrado, hasta que llegaba al tope. Tenía unos escaloncitos y de ahí, bajabas al lavadero. Además, las cigarras. Las cigarras que vienen con el sol en un claroscuro de siesta calurosa. Recuerdo también un casete que teníamos de “Heidi” y que cantábamos con mi hermana: el lado A estaba en castellano, pero nos divertía mucho más el lado B, en japonés con textos imaginarios que cantábamos entre gritos y risas: “Ometú bobuá nasé, opó navéjico enumó…”
- Hoy pensé también en la canción “El gusanito”, le debo una al gusanito. Me quedó flotando la idea de adoptarla en un trabajo, pero no tuve el tiempo. Sí la adopté cuando iba al colegio, sería 4º o 5º año secundaria. La descubrí en un texto que no implicaba nada para mí todavía, tampoco era audible. Era una muestra de “La nueva figuración” (quise acordarme bien de ese título, y lo logré hasta el día de hoy). Quedé fascinada con la letra de un pequeño poema colgado de la pared: un gusanito que iba bajando y en el pastito dibujaba un dibujito igualito al gusanito, que en otro momento gusaneaba un gusanito. También quise recordarla. Luego supe, muchos años después, que era una canción, y muchos años más tarde de eso por casualidad me di cuenta que la estaban pasando en la radio, y ahí la conocí (además de introducirse incluso en mi propia tesis). Es decir, se fue presentando de a poco, desplegándose parsimoniosamente en mi vida, en plazos de tiempo muy largos pero siempre retenida en algún lugar. Hoy, oprimo un botón y la encuentro fácilmente en la red, de donde la escucha mi hijo.
- Lo simple, breve, lo menor. Ahí llego a la canción, si puede ser imprevisible, mejor. Una pieza límite, una canción que no sea canción, o casi canción. Una de Leo Maslíah, Carmen Baliero, Alberto Muñoz o Jorge Lazaroff. “Con este amor” o algo como “Mama, deja que entren por la ventana los siete mares”.
- Luego llegó el acordeón, qué buen regalo. Hice de todo: obras de teatro, tocamos en grupos como el melancólico Robinson y su orquesta de señoritas, y otros. Y cuando lo llevé a Curitiba, me mandaron a tocarlo como si fuera otra cosa, más allá de las notas, a explorarlo de nuevo: eso me gustó, hacer cosas con los sonidos. Pero no estoy hablando de músicas.
- Una gran experiencia fue escuchar a Alvin Lucier “I’m sitting in a room”, por primera vez comprendí cómo la música podía hacerse espacio, claro, clarísimo. Estaba todo dicho en los sonidos, el texto (su sonoridad más bien): el sonido como espacio vibrante.
- Lo mismo con Aperghis “Recitaciones”, el vuelco a la escena de la palabra y su sonido. Textos sonoros en movimiento, mutantes y en expansión permanente. Los hacía saltar por los aires.
- Una obra de teatro de Túnez, silencio total una hora, fui varias veces a verla/escucharla. Era como un cuadro vivo casi, con un sillón en el centro, dos personas sentadas en él y tres paradas atrás. Con vestuario, personajes, pero estáticos y mudos, sin acción. En el curso de una hora, ocurrían mínimos cambios, mínimos movimientos, una lágrima que caía y no mucho más. Lo demás ocurría en otro lado, en nosotrxs que la mirábamos, que permanecíamos transitándola; los movimientos eran los nuestrxs frente al espejo de la nada, del vacío, de algo que estaba allí, en otra dimensión. Me encontré mucho en ella y la disfruté mucho, fue en 1997, primer festival internacional de teatro. No tengo más datos que esos.
- Carmen Baliero y su desborde hacia el espacio, reconvirtiendo sonidos inaudibles que vibran, soplan, rascan, frotan. Por ejemplo “Cardones” en su ritualidad, o la performatividad de “Osvaldo y Sonata” interpretada por Adriana de los Santos.
- Veredas sonantes. Nos dedicábamos a buscarlas, pisábamos, íbamos y volvíamos. Ya las teníamos registradas, las cuadras, los tubos de aire, todo lo que íbamos escuchando en el camino. El carrito también aportaba un peso y ritmo necesarios para que lo demás ocurriera.
- El sonido de la quebrada. A veces está frente a nuestras narices, pero otras veces no. Quizás no está visible, quizás viene de lejos a la distancia, y fuga silenciosamente. Viene acompañado con colores, olores y múltiples sensaciones.
Bio
Camila Juárez es investigadora y docente. Se dedica al estudio de la historia de la música y el sonido experimental en Argentina y el Río de la Plata. Dicta cursos de grado y posgrado universitarios, participando de diversos grupos de investigación. Co-editora de Cuadernos de Análisis y Debate sobre Músicas Latinoamericanas Contemporáneas (Instituto Nacional de Musicología “Carlos Vega” y UCA, 2018) y del dossier “Las ciencias sociales a la escucha del tango” (Revista Afuera, 2011). Recientemente ha publicado diversos artículos en colaboración: “Prácticas sonoras desbordantes. El surgimiento del ciclo Experimenta97 en Buenos Aires” (Cuadernos del Centro de Estudios de Diseño y Comunicación, 2019), “Argentina, la noche… y el Festival Kagel de 2006” (Revista Musical Chilena, 2019) y “Músicos y Malvinas. La cultura de guerra en la Argentina” (Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2019).
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@camijuarezc2019